Veinticinco días que empecé tachando palito por palito como si fuera una espera interminable, para darme cuenta que la espera no es a que vos vuelvas, la espera es hasta que yo vuelva a habitarme.
Habitarme, tenerme, quererme, todas esas palabras que parecen fáciles de pronunciar, e incluso de escribir, pero que no sé si en algún momento las conocí. Quizás las viví, pero no recuerdo qué botón de mi cuerpo apreté para que eso sucediera. Y en este momento me siento frente a un espejo examinándome, para tratar de volver a encontrarlo. Examinarme es la única manera que tengo de volver a habitarme, ¿por dónde entré?, ¿por dónde salí?, ¿por qué me fuí?
Me extravié y tengo que encontrar el camino de vuelta a casa. A mi casa. Yo soy mi casa.
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'Sabía bien que era mejor que me mostrara así, con ese aspecto, tal como me sentía y olía. Al fin y al cabo, era lo que Ed había descrito un tanto imprecisamente como <<la única chica en el bosque>>, sola en medio de una panda de hombres. Por necesidad, allí en el sendero, sentía que debía neuralizar sexualmente a los hombres con quiénes me cruzaba, para lo cual debía ser, en la medida de lo posible, una de ellos.
Nunca había hecho eso en mi vida, interactuar con hombres exhibiendo la continua indiferencia que implica ser uno de ellos. No me pareció algo fácil de sobrellevar, allí sentada en mi tienda, mientras los hombres jugaban a las cartas. A fin de cuentas, siempre había sido una chica, consciente del poder que me otorgaba mi femeneidad y dependía de él. Al reprimirlo, sentí un lúgrube malestar en el estómago. Comportarme como uno más de entre los chicos implicaba dejar de ser la mujer que tan expertamente era entre los hombres. Una versión de mí misma que empecé a sabotear a los once años, experimentando ya por entonces un cosquilleo de poder cuando hombres adultos volvían la cabeza para mirarme o silbarme o decir ''Eh, linda'', levantando la voz lo suficiente para que yo los oyera. La versión en la que me había apoyado a lo largo de la secundaria, matandome de hambre para parecer delgada, haciéndome la tonta y la niña linda para tener éxito y lograr que me quisieran. La versión que había probado durante mi primera juventud mientras me probaba distintos disfraces: material girl, punki, vaquera, alborotadora, de rompe y rasga. La versión para la cual detrás de cada par de botas arrebatadoras o faldita sensual o movimiento de pelo había una trampa que conducía a la versión menos real de mí misma.'
Wild. Cheryl Strayed: Pag. 133, Ed Roca.
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