jueves, 23 de abril de 2015

Relevé

Hay una sensación que no se repite seguido y es la de conectar la cabeza con el cuerpo, o en términos más mimescos, el alma y el cuerpo.
Miles de veces me he sentido entre dos cosas, dos personas, dos situaciones, etc. La indecisión es algo con lo que lucho todos los días, quiero ser más decidida, pisar más firme y sentir que el cuerpo y el alma van en el mismo camino y no se distraen con espejitos de colores. Basta de ambigüedad y de creer que en el jardín de al lado crecen más lindas flores, porque soy yo quién riega su propio jardín y puedo incluso tener flores más bellas, porque son mías, yo las cuidé y las regué para que florezcan, eso hace que sean hermosas, porque yo conozco su proceso.
Y es porque elijo cuidar mi jardín que volví a hacer algo que conecta cada célula de mi cuerpo, que me hace vibrar y sentir maravillosa. Volví a bailar.
No puedo describir lo que es no tener que decirle al cuerpo lo que tiene que hacer sino que instintivamente lo repita, sin pensarlo, sólo lo hace, sintiendo cada movimiento y disfrutándolo. Después de seis años de estar peleada y enojada con la danza (conmigo, bah) decidí darme una oportunidad y probar cuál era mi reacción estando nuevamente frente a una barra y a un espejo.
Los primeros veinte minutos claramente fueron de ansiedad y frustración, recuerdos de haber desaprobado exámenes, preguntas de por qué estaba ahí de nuevo después de lo que para mi fue semejante fracaso. No había explicaciones. Todo se esfumaba.
A medida que los minutos pasaban, la música sonaba y los pasos eran marcados, todo desaparecía. Ya no tenía que preguntarme más por qué, lo estaba haciendo porque me gusta y me hace bien. Porque podría pasarme horas y horas bailando y aunque mi cuerpo se agote, seguiría con ganas de hacerlo.
 Porque a medida que bailo siento que estoy renaciendo.