lunes, 6 de julio de 2015

Colorea mi vida con el caos de los problemas. (pre-viaje)

"Si me vas a arruinar no o des por hecho hasta que me caiga de verdad"

Revisé el bolso tres o cuatro veces. Tenía todo lo que necesitaba y más, me tenía a mí que era lo único que no podía faltar en ese viaje.
Esperé ansiosa un tren que finalmente fué cancelado haciéndome sentir perdida por completo, el humo del cigarrillo iba a ser mi único compañero en esos minutos que parecían interminables, puteé a Randazzo por el mal funcionamiento del Roca, puteé por vivir tan alejada del centro y finalmente me puteé a mí por confiar en los horarios que nunca se cumplen.
Subí, me senté, y para no pensar en el colectivo que probablemente se iría delante de mis narices agarré el libro de Cheryl y seguí leyendo sobre su aventura por el SMP. Me relajé apenas, pero estaba contenta aunque tuviera que correr con un bolso que llevaba más de lo que necesitaba y una campera de polar que jamás usaría, aunque todavía no lo había descubierto.
Tenía quince minutos para llegar a Retiro y sentarme en el colectivo y todavía estaba bajando del tren, la gente parecía caminar más lento de lo normal, aunque en realidad la que corría con un bolso que se le caía del hombro era yo. Corría pensando que podía perder ese colectivo, pero también podía llegar a tiempo.
En el subte seguía pensando que todavía había posibilidades de llegar y me aferré a esa mínima chance con todo mi cuerpo pero por sobre todo, me aferré con la mente. Iba a llegar, iba a subir a ese colectivo, no iba a tener que cambiar el pasaje. Faltaban tres minutos para que el reloj digital marcara la hora de partida del micro que tanto había esperado abordar. Contaba en mi mente para no recordar que me estaba quedando sin aire y que además no había comprado las cosas que necesitaba para cuando de una vez subiera a ese maldito micro que me llevaría de viaje.
Un señor de azul me vió corriendo y me preguntó hora y empresa por la cual debía viajar y entre trote y tirones con el bolso le dí los datos, me respondió que siguiera y buscara un micro azul en la plataforma cincuenta y dos. Lo veía, pero recién iba por la veinte y el reloj me indicaba que solamente faltaban dos minutos, corrí mientras seguía contando en mi mente (uno, dos, tres, ya llego) era lo único que me permitía seguir.
Casi sin aire y frente al micro azul saqué mi pasaje arrugado del bolsillo y subí. En cuanto lo hice las puertas se cerraron y ya estaba rumbo al mar. Agitada, cansada, con sed, con dolor de hombro, pero entera y rumbo al mar.

Ya había pasado lo peor, o al menos eso pensé cuando terminé de acomodar el bolso y la ropa y me puse los auriculares en los oídos, no me había dado cuenta hasta ese momento que el micro antes de llevarme a destino me haría recorrer todas y cada una de las calles que caminaba cada fin de semana con él, con aquel que me había dejado enviándome un mensaje y olvidándose de cualquier cosa buena que pudo haber sucedido en nuestros dos años juntos. Inmediatamente lloré y me dí cuenta que no había llorado como debía, no se me había caído una lágrima en el último tiempo. Sí había tenido bronca y había llorado, pensé.
Era otro llanto, esta vez estaba soltando todo, lo bueno y lo malo, todo. No quería llevarlo conmigo al mar, no quería cargarlo nunca más, no quería recordar todo lo que reprimí de mí en esa relación, ni cuántas veces había dejado sentimientos y emociones de lado por respetar los suyos. Juré arriba de ese micro que jamás volvería a tener una relación así. Prometí no volver a olvidarme de mí nunca más.
Estaba sola rumbo al mar, había alguien esperándome a quién apenas conocía. Pero iba a ir sola, lo iba a dejar arriba de ese micro y no lo iba a bajar conmigo. Ese iba a ser el último día que lo llorara, el último día que me iba a culpar por las cosas que pude haber cambiado, el último día en el que iba a pensar que yo no había sido suficiente, cuando en realidad, tal vez, era al revés.
Me liberé, y en medio del llanto empecé a sonreír, e incluso a reír. Ya estaba, se había terminado. Por fin era libre de cualquier pensamiento o ataque o incluso queja. Y mientras sonaba 'Happy' y la voz de Marina me relajaba, me dediqué simplemente a serlo.



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Eran las doce y cuarto y le mandaba mensajes a mi roommate de fin de semana diciéndole que era mentira, cómo podía ser que no se viera el mar desde el micro. Mar del Plata era todo una mentira, afirmé. Se río y me dijo que me esperaba frente al Havanna, a lo que respondí que antes iba a bajar al baño a peinarme y acomodarme un poco la ropa, y tal vez esa iba a ser la única vez en todo el fin de semana que realmente iba a hacerlo.
Bajé con el bolso y me arrepentí de llenarlo, cuando no sentí frío también me arrepentí de haber llevado esa campera gigante que jamás usaría.
El pelo lo peiné con los dedos y no se veía tan mal, me cepillé los dientes, respiré hondo y salí a buscar al tritón que sería mi guía durante cuarenta y ocho horas. Lo peor que podía pasarme era tener que volver a Buenos Aires a las dos horas porque nada había resultado como debía, pero finalmente todo iba a resultar como debía.

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